FLOR DE MAYO: EL «LEVANTE FELIZ» ANTE LOS PRESUPUESTOS GENERALES DEL ESTADO.

Por Pablo Sánchez Chillón


“Hoc habeo, quodcumque dedi.” Séneca.

«Io ho quel che ho donato». Gabriele D’Annunzio.


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Una primera versión de este artículo, con el título «Elegía a la España Vacilada» fue publicada en la columna de opinión que Pablo Sánchez Chillón publica en el Diario El Independiente.

Io ho quel che ho donato”.

Como si de la penúltima burla de ese poeta pródigo, exuberante y derrochador del dinero ajeno que fue Gabriele D’Annunzio, que llegó a pagar algunas de sus numerosas deudas con sus autógrafos y versos garabateados en servilletas, la entrada del Vittoriale degli Italiani, el suntuoso refugio en vida y posterior sepulcro junto al Lago de Garda de este príncipe de las letras italianas, exhibe, para escarnio de sus acreedores, el lema («tengo lo que dado») de un hombre obstinadamente generoso y trascendente.

D’Annunzio, un personaje caprichoso y dipsómano y un sablista sin tasa, hizo grabar en la piedra de su extraordinario refugio lombardo este “Yo tengo lo que he donado”, que bien podría presidir, años después, la puerta de ingreso de la fábrica de los Presupuestos Generales del Estado, el Ministerio de Hacienda de nuestro país, Calle de Alcalá, número 5, de Madrid, 

El Presupuesto público y la ira.

Parece inevitable. Como si de un Apocalipsis redivivo se tratase, cada vez que se acerca la fecha de aprobación de las Cuentas del Estado o la de sus equivalentes territoriales, más allá del baile político y el estado de bandería permanente que convierte al Congreso de los Diputados en una ruidosa lonja napolitana, suenan las trompetas del Armagedón en la España de las 17 Comunidades Autónomas, las 52 provincias y los miles de ciudades, pueblos y pedanías, destinatarias ope legis del caudal rebosante de estas cuentas gubernamentales que no contentan a nadie.

Se abre la veda del Presupuesto General, y el reparto de esos fondos, que termina enfrentando a murcianos con riojanos, a alaveses con pacenses o a gomeros con pontevedreses y turolenses, -que tan centrífuga es esta versión renovada del Grand Prix de La 1 pero con hojas Excel y lenguas co-oficiales de por medio- acaba por cobrar aires de balacera, pues todos terminan reclamando con vehemencia, ruido  y mucho aparato gestual, más y mejor inversión estatal para esta España de territorios históricos, autovías a capricho y aeropuertos sin aviones.

De sur a norte, de este a oeste, de periferia a centro y viceversa, como en un eterno tornaviaje, un coro de voces airadas, sumarias y demandantes se vuelve desafiante hacia la metrópoli (estatal, regional, provincial), para entonar, a puño alzado, la versión contemporánea de aquel “juro que no volveré a pasar hambre” que inmortalizó Escarlata O’Hara con un inolvidable cielo encarnado de fondo, aunque la vanidosa y temperamental heroína sureña ponía a Dios por testigo de su juramento y nuestros Presidentes autonómicos, los de Diputaciones y los Alcaldes se tienen que contentar, mutatis mutandis, con regar Facebook, Twitter o Instagram con sus letanías presupuestarias.

Mientras nuestros oídos vuelven a acostumbrarse a la letra de aquella canción de Silvio que nos recuerda que “tener no es signo de malvado / y no tener tampoco es prueba / de que acompañe la virtud / pero el que nace bien parado / en procurarse lo que anhela / no tiene que invertir salud”, comprobamos, con cierta amargura y autoconciencia de fragilidad, que en este tetris autonómico de 17 piezas que se juega a distintas velocidades que es España – y ese diferencial de ritmos autonómicos tal vez sea el mayor de los pecados originales de la Constitución de 1978-, cuando llega el mes de noviembre y empieza a agitarse el cuerno de la abundancia presupuestaria, el país entero se convierte en un enorme escenario para el juego del pañuelo entre territorios pobres, ricos y mediopensionistas mal avenidos.

La inocente yincana que aprendimos de pequeños cuando aun existían calles pisables y no soñábamos, ni de lejos, con echar mano alegremente a un paquete de 200 kleenex de Todo a 1 Euro, aquella atlética escena de majos y majas patrios corriendo detrás de un trapo, que bien habría servido para inspirar un cartón de Goya, vuelve puntual cada otoño al país, con ocasión de la apertura de los debates parlamentarios alrededor de la atribución y distribución de los dineros públicos, en el entendimiento peninsular de que, como apuntó el filósofo Gary Lineker hablando del fútbol y los alemanes, el de los PGE es un deporte que inventaron los ingleses, juegan 17 contra 17 y siempre ganan catalanes, vascos, navarros y madrileños, éstos últimos por aquello de la prima de la capitalidad nacional.

Se trata, en suma, de otro episodio programado de ruido y furia en la agenda nacional, un must ineludible en la inflamada esfera pública, que permite a los partidos de ámbito general con representación territorial insinuar un mohín de desaire a cuenta del deficit de inversiones públicas frente a sus correligionarios en las capitales administrativas del país, sin que la sangre del agravio llegue al río ni la protesta de los primos de Orense alcance el estatus de reproche disonante, que tal es la vigencia y fortaleza disuasoria de la disciplina de partido entre nosotros.

De igual manera, nobleza obliga, los debates a cuenta del presupuesto brindan la oportunidad a los representantes de la España Vaciada (Soria Sí,  Tudela también, etc) de gozar de unos minutos de oro en el telediario y timelines de las redes sociales, en un ejercicio de pluralidad y diversidad informativa que termina por conducir el debate público por derroteros de honda naturaleza existencial (Teruel Existe, Melilla Es) y cuando no, de puro y contra-cíclico jubileo del adverbio demostrativo temporal, con esos impagables ‘Ahora Cádiz’, ‘Astorga Mañana’ o ‘Siempre Torrejón’, en una época como la nuestra en la que cada vez se habla y se escribe peor, XD.

El mito del Levante feliz: una taxonomía de la España Vacilada.

Sin embargo, llegados a este nivel de complejidad, y para abrir entre nosotros la puerta al debate y acaso, al imperio de la burocracia creativa, conviene profundizar en el análisis fenomenológico y las consecuencias de esta justificada salmodia presupuestaria que se eleva cada año desde los confines del país hacia las sedes en las que moran los perpetradores del presupuesto anual, como ese humo vertical de los fuegos que se encendían en los campamentos de bárbaros que rodeaban a la polis durante las las largas semanas de un asedio y que anunciaban un desenlace intenso y de acero, con visos de acabar mal para los sitiados. 

Lo dicho, lo más común es que este escenario controlado de descontento territorial de trazo grueso y escasa relevancia demoscópica sea capitalizado por los heraldos de esa España Vaciada que han logrado convencernos de que Guadalajara es casi Manitoba y de que tal vez Huesca, -quién se acuerda de Huesca-, sea un remedo pirenaico y atrasado de la remota provincia canadiense de Saskatchewan.

Sin embargo, hace años que al coro de magullados por las asimetrías del Presupuesto público anual vienen sumándose otros querellantes más numerosos y tal vez, menos organizados y previsibles que representan a eso que hoy quiero llamar la España Vacilada, esa inesperada entidad territorial de geometría variable de nuestro país que rebasa las fronteras geográficas y políticas de los mapas de la editorial Everest y que, siendo objetivo recurrente de la burla presupuestaria, tiene casi siempre, gobierne quien gobierne, la amarga sensación de salir mal parada y escarmentada de este reparto desigual de los dineros públicos, dizque una recurrente broma de mal gusto.

La foto presupuestaria de 2023, más allá de las mesopotámicas partidas para la sanidad y la educación, las ayudas y dádivas ad hominem en año electoral o esos PERTE de grandilocuente factura que van a sacarnos de pobres,  vuelve a arrojar idénticas conclusiones. De Canarias a la Comunidad Valenciana, pasando por Andalucía, la geografía de esta España Vacilada cambia cada año presupuestario, como lo hacen, sin duda, los gobiernos, las coyunturas públicas, las alianzas y los entendimientos y desavenencias institucionales y hasta la intensidad y el alcance de la captura por la política de los recursos presupuestarios –que hasta ahí todo es aceptable para una democracia de libres e iguales. 

Sin embargo, en este vagón de cola de burlados, de irredentos damnificados por los poderes ejecutivos y las oficinas económicas gubernamentales no es raro encontrar, desde hace algún tiempo, a los mismos territorios -algunos, paradójicamente, con un peso electoral estimable- que repiten posición en este ranking de perdedores que algunos analistas territoriales con formación en colegio concertado consideran ya casi una plaga de magnitudes bíblicas, aunque no pocas veces este clamor territorial (regiones, provincias, ciudades) no logren pasar el profundo rubicón de la M-30. 

Tomemos como ejemplo de categoría de esta nueva España Vacilada a la que coincide, casi, centímetro por centímetro, con la que apuntala el mito del Levante feliz, la del del Mediterráneo vital, abundante, fecundo y siempre leal al proyecto común de esta España diversa, tocado por la gracia del clima y por la abundancia de sus huertas feraces, su industrioso empresariado, la diversidad de su economía y su vocación de territorio siempre acogedor, que lo hace aparecer en la lista de deseos de tantos nómadas, turistas y pensionistas, que, hartos del clima de Doncaster, Oslo o Basauri, terminan recalando en él, duplicando, en no pocas ocasiones, el número de habitantes de este Sun Belt español y con ellos, el de la magnitud y sustancia de los servicios e infraestructuras que estos residentes requieren, con cargo a la bolsa común, aunque esta población flotante sea un factor casi invisible para las oficinas de asignación presupuestaria.

Descendamos un escalón más en este análisis y fijemos la mirada en el supuesto paradigmático de la provincia de Alicante que es, pese al nutritivo relato de les Noves Glòries que predica el himno de la Comunidad Valenciana, la quinta provincia de España en aportación al PIB nacional y la última en inversión territorial por habitante censado vía Presupuestos Generales en 2023 (con 85,48 Euros por habitante frente a la media nacional de  283,72 Euros (Fuente CEOE/CEV)). Esta realidad -dato mata relato- la convierte, sin matices, en el verdadero coche escoba de la inversión estatal, aunque, por criterios casi idénticos a los que vamos a exponer para los alicantinos, podríamos haber utilizado el supuesto de Málaga, esa milagrosa provincia andaluza que tiene el honor de integrar ese altar de los sacrificios de esta España Vacilada, que parece tener a veces -perdónenme la franqueza meridional- al sol y a su clima benéfico, las terrazas, el arroz y las cañas y su vida en la calla, como sus peores aliados en esta específica batalla por la relevancia presupuestaria anual.

En este año de atracón global de Fondos NextGen, de Programas de Resiliencia y de otros manás multimillonarios, el Gordo de la mofa, del vacile presupuestario estatal se lo ha vuelto a llevar la provincia alicantina, última desde hace varios ciclos presupuestarios (y con gobiernos de todo signo político) en esa ominosa clasificación que ordena, de mayor a menor inversión estatal a las 52 provincias españolas. No en vano, Alicante endosa ya, con contenida vergüenza y crecientes dosis de desarraigo, la condición de cabecilla de esta España Vacilada por los PGE, a la que, además, hay que sumar – y esto da para una tesis doctoral- su condición de perdedora sin paliativos en esa encarnecida batalla por el agua que dirige, ODS en mano, el Ministerio de Transición Ecológica del Gobierno de España y que va a llevar en los próximos días a los Alcaldes del PSOE, PP, Ciudadanos (los que queden) o Compromís a concentrarse hombro con hombro con los regantes en la capital madrileña para mostrar su rechazo a las últimas decisiones gubernamentales sobre este recurso indispensable para el progreso provincial, dictadas desde la fría ejecutividad de un despacho ministerial al que no le falta un burócrata más. 

Sigamos con el ejemplo alicantino, con la advertencia para gobernantes sensatos de que la historia reciente del país nos muestra que también en estos climas enrarecidos por los agravios presupuestarios medran, allí donde nunca existieron, los jacobinos, los populistas y los incendiarios oportunistas. En efecto, y en una provincia indolente y poco dada al exabrupto, como lo son también la malagueña o la almeriense, por ampliar el ejemplo, el Apocalipsis presupuestario alicantino, que se produce también en relación con las inversiones deficitarias en el presupuesto autonómico frente a la polis regional (Valencia) está empezando a dar carta de naturaleza a una ponzoñosa dinámica de reproches y afrentas de trazo grueso que son, en última instancia, la base del frentismo, la deslealtad y la desafección más peligrosas, un material inflamable que circula ya en manos de las minoritarias formaciones nacionalistas más ventajistas y que los partidos mayoritarios – por razones de toda índole y quiero pensar que por el arraigo de sus idearios en la cultura constitucional del 78- se muestran renuentes a incorporar a sus relatos y cosmovisiones políticas territoriales, especialmente las formaciones de centro-derecha, que llevan muy mal eso de combinar identidades duales y particularismos, pese a que como nos enseñaron tiempo atrás desde posturas ideológicas casi irreconciliables el Vicente Blasco Ibáñez del PURA (Partido de Unión Republicana) o el  conservador Teodoro Llorente, padre de La Renaixença valenciana, se puede ser a la vez muy valenciano y muy español, y viceversa, y no pasa nada por asumirlo y defenderlo con naturalidad en las Cortes Generales o en el Telediario de Antena 3.

Volviendo a la cuestión que nos ocupa, que no se me entienda mal, pues también en materia presupuestaria fútbol es fútbol y como dijo otra filósofa andaluza con cartera ministerial y de apellido Montero, a estos debates se viene llorado de casa. 

En efecto, en esta timba anual cada cual juega su mano con lo que tiene, con lo que es o con lo que aparenta ser, y la tarea de terminar haciendo valer el peso de cada territorio en la ecuación presupuestaria debería ser, siempre, un trabajo conjunto y tenaz de gobiernos, partidos, instituciones y sociedad civil/empresarial, aunque muchas veces, cuando llegan las vacas flacas nuestro dedo acusador se limite a señalar sólo a los políticos. Por otro lado, y aunque prácticamente nada de lo bueno que tiene este planeta haya nacido del victimismo o de la autocomplacencia falsaria, en este debate polifónico hay una sensación generalizada de que en la carrera presupuestaria (salvo, acaso, algún palo del flamenco), algunos territorios -esos que estás pensando- llevan años abusando sin tasa de los esteroides, sin que nadie les afee su conducta y sin que el árbitro o la Federación se preocupen por recurrir a los controles anti-dopaje.

¿Es lo nuestro puro teatro?.

En efecto, España se entrega año tras año a ese resbaladizo juego del pañuelo, en el que bajo los más diversos argumentos y motivaciones, desde la orgullosa exhibición de los particularismos territoriales que justifican, -qué se yo-, la irrenunciable subvención estatal a las bandas de música locales, el silbo insular o a la cerámica cuneiforme, o a los que esgrimen esa inefable condición de encrucijada de caminos de un municipio que obligan -ya se tarda- a regalarle un área industrial promovida por el SEPES y cuando no, una estación de AVE con todos sus sacramentos, el país se convierte en una riña de gallos, aunque muchas veces estos debates no logran abrirse camino más allá de las páginas de la prensa local y se agoten, de pura inanición, con la aprobación definitiva por las Cortes Generales del documento de Presupuesto anual.

Igualmente, el nuestro es, además, y pese al baile de novísimas Agencias gubernamentales que se nos dice que van a salir (cuando se creen, no antes) de la capital, un país descentralizado de aquella manera (alqún día tendremos que hablar de cómo la descentralización más imperfecta no es la que enfrenta solo a Estado y autonomías sino a éstas con los municipios, verdaderos paniaguados de este defectuoso proceso constitucional), y exhibe entre sus logros los de haber reducido durante décadas las desigualdades territoriales y haber logrado acercar los PIB de nuestras regiones, aunque el balance global sigue presentando enormes desajustes por causas más complejas – tal vez, políticas – que la propia dinámica presupuestaria, que tampoco terminan moviendo al personal en una acción común, democrática y concertada enfocada en revertirlas. 

Como en el Mucho ruido y pocas nueces de Shakespeare, ambientado en el entorno de las ciudades-estado italianas del siglo XV y sus pugnas políticas; como en esa Francia de finales del siglo XVIII en la que la guillotina presidía las plazas públicas, pasado el estado general de excitación y la pose gubernamental, el furor de las huestes jacobinas que reclaman desde los territorios preteridos un Presupuesto anual más y mejor dotado, da paso a la paz convenida del Directorio y a la de las tribunas, y todo termina por volver a la calma de las comisiones, las reuniones por convocar y los burócratas. 

En este punto, viendo el escaso recorrido temporal que tienen las protestas y los reproches territoriales que se activan con cada ciclo de aprobación de los presupuestos y se neutralizan, hasta el año siguiente, cuando la ley que los sostiene queda refrendada por las Cortes Generales, uno pensaría que, al contrario de cuanto sucede con los cabezones integrantes de la España Vaciada, esta ardorosa expresión de los pleitos, de los deficit de inversión y de las deudas históricas por parte de los representantes de este emergente Cinturón del Sol español no llega a ningún puerto, y acaso acabe su vida útil con el desidioso traslado de sus esencias a unas enmiendas parlamentarias que parecen hechas -copy & paste- por un proveedor de gaseosa.

Así, vistas las experiencias más recientes, lo más cómodo sería dar credibilidad a la idea de que, pasado el entusiasta rally round the flag de los agraviados presupuestarios de esta España Vacilada (alicantinos todos) que concentra todo el ruido y la pasión del siglo y da pie a impensables consensos transversales y a solemnes reivindicaciones institucionales, al final, lo nuestro es puro teatro, o acaso, nada más que otro hito más en la agenda política ordinaria de un país organizado radialmente y por provincias, un evento que vuelve cada año como el Día del Domund, la Hora del Planeta o la Fiesta de la Banderita, sin llegar a alcanzar, ni de lejos, la categoría de vector narrativo, de idea-fuerza que vertebre un discurso reivindicativo más amplio y profundo que termine provocando, dentro de las reglas del juego, algún cambio perceptible en esta dinámica de marginación presupuestaria.

Frente a la irrelevancia presupuestaria:algunas recetas útiles para hispanos vacilados.

Vistos estos precedentes, me pregunto -es para un amigo- si vale la pena seguir dando la batalla de la alcancía o si acaso bastaría ya, a líderes políticos, empresarios, sindicatos y eso que ahora se llama ‘sociedad civil’ de esta España Vacilada, con haber exhibido, mandíbula apretada y mirada firme al frente, la pose de insultados y vacilados por los PGE y haber liderado – megáfono en mano- este happening tan convencional como educado contra el desaire recurrente del Ministerio de Hacienda, que se ensaya y representa todos los años, aunque nadie se acuerde -algo extraño en un levantino- de qué haya que hacer después con todo este material pirotécnico acumulado. 

Sin embargo, el cuerpo nos pide otra cosa. Preteridos, ninguneados, burlados; los territorios de la España Vacilada se preguntan qué tienen que hacer, y terminan mirando hacia sus instituciones en busca de unas respuestas que justifiquen –verba volant, scripta manent– aquello que los think tanks y centros de estudios locales (INECA, Conexus, Cámaras de Comercio) no se cansan de denunciar en relación con el atávico maltrato presupuestario. No busquéis, de momento, detalles para la acción concertada en los programas electorales de los partidos políticos con representación territorial, pues se limitan de manera razonablemente inercial a subrayar el trazo grueso de la denuncia del agravio en las cuentas, con unas líneas argumentales recicladas cada 4 años, que tampoco parecen interesar a casi nadie. 

En cualquier caso, y si me regaláis vuestra atención, no creo que la solución a los problemas de irrelevancia presupuestaria territorial pase a estas alturas por liberar a ningún pueblo del yugo de la servidumbre de la metrópolis ni por inventar la rueda, la fregona o el botón de silenciar grupos de WhatsApp, sino que llegados a este punto, convendría aplicar algunas soluciones que ayuden a revertir estos procesos y que ya se han probado eficaces en otros tiempos y lugares. 

Desde luego, la primera de estas recetas para líderes de esta legión de agraviados por las cuentas gubernamentales de la España Vacilada pasa por desempeñar alguna tarea de gobierno ejecutiva, allí donde se toman las decisiones sobre las cuentas públicas y las asignaciones presupuestarias territorializadas, en aquellos palacios y oficinas públicas en los que se ejerce en plenitud la razón moviente de todo el sistema político, y esto es, el poder, esa herramienta transformadora que, como dijo Andreotti, desgasta sobre todo al que no lo tiene. Qui paga, mana, dicen de otra manera menos metafórica los viejos del lugar.

A partir de ahí, honestamente, se tenga o no se tenga ese poder de diseñar, matizar o ejecutar el presupuesto estatal, esa opción de fiarle todo el trabajo al derecho al pataleo, aunque esta sea una actitud legítima y humanamente entendible, suele revelarse como una estrategia ineficaz para la acción gubernamental, pues como reza el dicho, frente al vicio de pedir siempre le quedará al Ministro de Hacienda de turno y a sus pares autonómicos, la virtud de no dar, y los refranes son una cosa muy seria y probada como para no tenerlos en cuenta.

Así, y como punto de partida, y como en tantos otros órdenes de la vida en materia de principios para la acción, tal vez convenga volver la vista a las mejores enseñanzas que guardan nuestras bibliotecas, para terminar afirmando, como ese personaje del Abate Busoni que Alejandro Dumas inmortalizó en El Conde de Montecristo que “nuestra misión es ir al encuentro de nuestros deberes”, una máxima universal que debiera presidir la entrada y la ejecutoria de todas las oficinas de gobierno.

Asumida esta premisa, lo conveniente sería sustituir los enfoques tácticos por una visión y estrategia constantes y propositivas en materia de reivindicación de inversiones y recursos, que  funcione como una lluvia fina perenne al servicio del relato territorial, algo en lo que más allá de otras aproximaciones teóricas y prácticas a la España de las autonomías, la de los sistemas forales, los cupos, las competencias delegadas y otras fenomenologías constitucionales, algunos territorios – esos que estás pensando- han alcanzado un grado de maestría y efectividad basado, en el fondo, en la aplicación sistemática de un método y estrategia probadas y en un consenso político e institucional inquebrantable más allá de las siglas políticas cuando llega la hora grave de discutir estos temas en la Carrera de San Jerónimo. 

Ya puestos, tal vez pediría a nuestros poderes electos y a nuestros líderes empresariales la activación de medios y recursos permanentes para el despliegue de una efectiva Diplomacia Económica territorial, que no tiene nada que ver con la apertura de oficinas comerciales en Madrid o Bruselas ni con el nombramiento de comisarios políticos en busca de un retiro profesional con una agenda galante en la Corte, sino con el planteamiento y ejecución de una actividad más sofisticada y compleja para la influencia y la gestión y representación de intereses, más allá de la necesaria revisión en clave puramente territorial del papel que ejercen nuestros diputados y senadores, a los que nos gustaría ver más veces y con mayor profundidad, escuchar, explicar y rendir cuentas sobre su trabajo en sus distritos electorales, algo que es tan natural, necesario y benéfico en sistemas políticos como el británico y que en España no se produce por temor a erosionar, por la vía del eventual y sano disenso y crítica territorial, la disciplina de los partidos de ámbito nacional.  

A nuestros tribunos tal vez podríamos pedirles también que exploren y recorran el camino de los pactos y las alianzas parlamentarias más allá de las siglas partidistas, reinterpretando de manera contemporánea aquel inolvidable mandato que Ortega y Gasset regaló a su audiencia argentina en  su conferencia  ‘Meditación del pueblo joven’ para terminar diciendo con el filósofo madrileño:“¡Señores Diputados! ¡A las cosas!”. En este punto, – y quizá sería más cómodo retirarse a vivir separadamente a un eremitorio esperando a que la tormenta escampe-, si trata de acabar con esta sorna presupuestaria, si se pretende avanzar en esta carrera por la financiación de la España Vacilada – para salir de ella cuanto antes-, parece llegada también la hora de articular políticas específicas de asuntos públicos (public affairs), abordadas con una visión profesional, con presupuesto y medios humanos, recurriendo, cuando sea necesario, a la ayuda de expertos y connoisseurs.

En otro orden de cosas, conviene insistir en la idea de la transparencia y trazabilidad de las acciones y las gestiones ante las instituciones y empezar a trabajar, de manera seria y coordinada con cuantos actores tengan algo que aportar, nuevos relatos y narrativas sólidas y fundadas al servicio de esa necesaria proyección de los mensajes del territorio en los ámbitos en los que al final terminan tomándose las decisiones de orden presupuestario (y otras) que afectan a nuestras demarcaciones. Muchos de estos territorios de la España Vacilada, como el coronel de la novela de García Marquez, no tienen quien les escriba, y eso les resta visibilidad, presencia y capacidad de ser conocidos e influir más allá de sus estrictos límites geográficos y sentimentales.

En este mismo plano, enfoques más convencionales, como el uso y promoción de informes, notas e infografías compartibles en conversaciones mundanas, redes sociales y tertulias sobre cuestiones de inversión, deficit, infraestructuras críticas, agendas públicas, reportes sobre estados reales de ejecución presupuestaria, así como el impulso de ciclos de encuentros y mesas de debate tanto en el territorio de origen como en la polis pueden ayudar a los intereses de los representantes de la España Vacilada, como también lo hará, sin duda, la definición y ejecución de una estrategia de trabajo honesta, transparente y coherente con el segundo y el tercer escalón de la administración general del Estado, en esa España ministerial (y su trasunto en las Consejerías Autonómicas) que poco ha cambiado desde la época de los cesantes que asomaban en el Miau de Pérez Galdós y en la que aun mandan – y mucho- toda una legión de altos funcionarios del Estado -integrantes de ese pequeño Madrid del Gran Poder– que terminan siendo los promotores, redactores y defensores ante los mandatarios electos de los fundamentos alrededor de los que se articula la política presupuestaria territorializada.

Finalmente, tal vez convenga trabajar de manera solvente la creación, estímulo y refuerzo de redes de embajadores y prescriptores del territorio (personajes públicos y privados, fundaciones, diáspora, influencers), apoyándose en su experiencia, su conocimiento del medio y su capital relacional, eso que antes llamábamos, sin recurrir a las metáforas y lo políticamente correcto, las agendas de contactos.

Por último, y ya en casa, y sin necesidad de abandonarnos a un desgastador estado de agitprop permanente, la llama de la sensibilidad social y el sentimiento de pertenencia a esa España Vacilada debería mantenerse encendida, en el entendimiento de que cuanto se reclama y reivindica en materia de inversiones y presupuesto se basa en datos, códigos y argumentos conocidos y compartidos, en un esfuerzo coral que interpela a todos los habitantes del territorio, más allá de las opciones ideológicas particulares.

(*) Coda para elegíacos: si todas estas recetas no funcionasen, y para tranquilidad de los afectados, siempre podremos pensar que ese furor temporal que eleva hacia el Ministerio de Hacienda las quejas de esta España Vacilada, que esa reedición anual del juego del pañuelo presupuestario que lleva a representantes políticos y empresariales a correr detrás del trapo mientras otros se lo terminan llevando sirva, tal vez, para un fin mayor y más noble en el que no habíamos reparado. 

Quizás, este contencioso de baja intensidad con las cuentas anuales del Estado no sea más que un rito político recurrente y salvífico de nuestra democracia, un recurso de afirmación y de auto-defensa narrativa que refuerza y da sentido a nuestro sistema constitucional y que espera que, llegada la fecha de discutirse y aprobarse formalmente el Presupuesto General, las 17 Comunidades Autónomas, las 52 provincias y la constelación de entidades de Derecho Privado y Público que en ellas habitan, los agitadores de la España Vaciada, los de la España Vacilada y hasta el clero secular, truenen contra el Gobierno de manera aparatosa y controlada, en el entendimiento de que estas instituciones “de las que nos hemos dotado”, sostienen, aunque sea mediante el artefacto y la impostura, la arquitectura de todo el sistema que nos gobierna, más allá del talento, la impetuosidad, la genialidad o las capacidades de concertarse de la clase política que las ocupa temporalmente.

Si es así, y todo es al final pura pose institucional, empresarial y ciudadana, si todo es carne de Instagram y mohín convencional, podéis iros a dormir tranquilos; seguro que nos seguirán vacilando.


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